miércoles, 5 de agosto de 2009

PADRES COMPLACIENTES, PEQUEÑOS CAPRICHOSOS

Cuando tienen fácil acceso a sus deseos, los niños dejan de valorar lo que les rodea.
Aprenda a evitar esta conducta:
Si le regalan un carro en lugar de la pista de carreras, hace mala cara. Si algún compañero de clases le da un juguete que él ya tiene, lo desprecia, y si sus padres no lo sorprenden con lo que pidió, llora y dice: “ya no me quieren”.
“Es un niño rudo, que no valora los detalles que recibe y que, además, muestra su inconformidad y descontento a través de conductas agresivas verbales (groserías y gritos), no verbales (gestos, manotazos o movimiento de los hombros) o con agresividad física (golpes, mordiscos y pellizcos)”, explica el pediatra Germán Soto.

El menor aprende este comportamiento en el colegio, el barrio o incluso en el hogar. “Los niños imitan a sus padres y más si estos no son coherentes y tampoco agradecen los regalos que reciben. Hay una dinámica disfuncional que influye en que el niño sea rudo”, indica la psicóloga Nohelia Hewitt.
En otros casos, este comportamiento rudo aparece como respuesta a frustraciones o caprichos insatisfechos. “El pequeño encuentra que la forma de lograr lo que quiere es a través de pataletas, golpes o palabras inadecuadas que, sin son exitosas, se convierten en la manera de alcanzar sus metas”, agrega Soto.

Buen ejemplo:
Si un adulto es hosco, su hijo lo será, y si estimula sus logros a través de premios materiales, con ello sólo logra que haga las cosas por un premio y no por convicción.Lo ideal es que en casa haya autoridad entendida como una relación de capacidad (y no de poder) y coherencia entre lo que se dice y hace.
“Si los padres golpean al niño cuando hace un comentario o gesto inapropiado al recibir un regalo, no generarían remordimiento de conciencia, sino resentimiento, pues el niño cambiaría de actitud sólo por miedo”, dice Soto.
Si el menor tiene fácil acceso a todo lo que pide, difícilmente aceptará con gusto los regalos que le dan, pues se vuelve crítico y exigente; además, si no tiene que esforzarse para conseguir las cosas, no les otorgará valor.
Adicionalmente, los niños se saturan hasta el punto de no saber lo que quieren. Lo ideal es que los padres no les nieguen todo lo que piden, pero comprendan que el amor de un hijo no se compra.
Un niño que no valora lo que le dan es, además, desobediente, imponente y rechaza a los amigos porque no tienen los mismos juguetes que él.
Además, traslada este comportamiento a la alimentación, al sueño y a cualquiera de las conductas en las que se refleja su autonomía (como el control de esfínteres). Los expertos recomiendan enseñarle a un niño a que encuentre valor en las cosas, por más simples que sean.

Recomendaciones:
Padres y maestros deben enseñar a los niños cómo hallar valor en los detalles. Tienen que ser buenos modelos de conducta, pues los menores aprenden del ejemplo.
“Los padres somos de acuerdo con lo que recibimos en la niñez. Si no nos gustaron algunas cosas que hicieron los nuestros, no debemos repetirlas con ellos”, dice Hewitt.Los maestros deben entrenar en habilidades sociales (saludar, despedirse, comportarse socialmente) y en el manejo de la expresión de sentimientos. Hay que enseñar a los niños a exponer sus gustos y disgustos amablemente.
Es importante que los padres ubiquen al niño en el contexto al que pertenece. Algunos quieren que su hijo estudie en un excelente colegio, pero que no se ajusta a su nivel socioeconómico.

“Allí, el niño comparte con compañeros con padres adinerados. Entonces, cuando no recibe el regalo que quiere, porque los padres no cuentan con el presupuesto, dice: ‘¿y por qué a mi amigo de salón sí le regalan eso y a mí me dan esto tan feo?’”, agrega Hewitt. No hay que regañar al niño si es rudo al recibir un detalle. De este modo, lo único que sentirá hacia usted será miedo, y no respeto. Háblele con serenidad y seguridad.

Ponga límites deje la permisividad y la premiación permanentes. Cuando el niño conquiste un logro, abrácelo y felicítelo; así valorará los detalles simples, pero sinceros.

Por: Pilar Bolívar Carreño.

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