miércoles, 5 de agosto de 2009

QUÉ HACER CUANDO EL NIÑO VUELVE A MOJAR LA CAMA

Si el niño ya ha controlado esfínteres y después de seis meses vuelve a orinarse, un problema emocional puede estar escondido detrás. El tratamiento consiste, primero, en hallar la causa.
Si usted se orinaba en su cama es posible que le haya tocado el ‘remedio’ de arrodillarse sobre unos ladrillos calientes durante un buen rato, para que se le quitara la costumbre. Pero a pesar de aguantarse la cura con sabor a tortura, usted volvía a descargar su vejiga noche tras noche y no precisamente en el baño.
Y todo esto, gracias a que anteriormente se creía que los niños que volvían a orinarse después de controlar esfínteres eran desaplicados o buscaban llamar la atención. Sepa primero que estas conductas tienen un origen hereditario y, si usted se orinaba en la cama, muy seguramente alguno de sus papás lo hizo y puede que sus hijos no se salven.

Entre los 15 y los 18 meses, el organismo del niño está preparado para cambiar el pañal por la bacinilla. Algunos empezarán antes y otros después, porque es un proceso individual, que además de los factores familiares, se debe al tiempo de maduración del sistema.
Para empezar este proceso, la pediatra experta en medicina biológica María Teresa Guarín recomienda a los padres que “entren con él al baño, que él use la ‘mica’, quitarle la angustia; cuando haga popó no decir ¡Uy! pero qué feo, qué asco”. Algunos expertos sugieren que la materia fecal se bote al inodoro, después de que el niño sale del baño, para que no sienta que lo están despreciando. El pediatra Gonzalo Franco aconseja que “después de que el niño come, hay que darle la ‘mica’, nunca ponerlo en el baño para que le cuelguen los pies. Debe tenerlos apoyados en el piso para que esté cómodo y, si el niño se levanta rápido, nada de agredirlo sino distraerlo. Si lo hace, celebrarlo”.

Cuando se vuelven a orinar:
Si pasan seis meses después de que el pequeño ha dejado el pañal y de repente vuelve a mojar la cama, se conoce como enuresis secundaria. Lo primero que deben entender los padres es que se debe a un fenómeno involuntario, y castigarlo o regañarlo solo le aumentará la inseguridad y reafirmará esta conducta.
Para Guarín, “hay que buscar una causa neurológica o urológica, como una infección urinaria, incluso diabetes, que ahora ha aumentado. Pero generalmente un factor muy importante es el emocional. Un niño empieza a orinarse cuando está ansioso o cuando siente agresión”.

Las causas emocionales más frecuentes, señala el pediatra Gonzalo Franco, pueden estar relacionadas con la llegada de un nuevo hermano, y la manera más frecuente de intentar recuperar la atención es portándose como un bebé. Eso incluye orinarse en la cama.Pero también están presentes las emociones de los padres. Si la pareja vive en una disputa constante o alguno de los dos está estresado, el pequeño se sentirá preocupado y vulnerable. Pero cuando además de orinarse, hace popó, las causas emocionales pueden ser más preocupantes. Una consulta con el médico revelará el origen del problema.

Una alarma y un calendario:
Lo más importante para ayudarle al niño a solucionar la situación es tener paciencia y tomar las medidas necesarias después de encontrar el origen. “Yo llevo 25 años de experiencia profesional y no he tenido un caso que sea físico, son todos emocionales y es un llamado que el niño nos está haciendo para pensar por qué está ansioso, de dónde está recibiendo la agresión”, señala la pediatra María Teresa Guarín.
En ocasiones, los niños deben recibir medicamentos que ayudan a disminuir la cantidad de orina y esto, además, les genera confianza. Otro método consiste en poner unas alarmas que van unidas al pañal o al colchón. Cuando el niño se moja, estas se activan y su objetivo es que el pequeño se despierte y termine de orinarse en el baño.
Un método muy útil es emplear un calendario y dejarlo a la vista en la habitación del niño. Cuando pase una noche sin orinarse se pone una estrella o una carita feliz y se celebra el logro.

Antes de ir a la cama:
Los especialistas recomiendan tomar las siguientes medidas para ayudar a controlar el problema:

· El niño debe tomar líquidos solo hasta las 4 de la tarde. Si tiene ganas de ir al baño, el pediatra Gonzalo Franco recomienda aguantar un corto tiempo, para que la vejiga se vaya haciendo más grande y así aumente su capacidad.

· Si el niño se acuesta por ejemplo a las 8 de la noche, se le debe llevar antes al baño. Cuando los padres se vayan a dormir, por ejemplo a las 10 u 11, deben levantarlo otra vez para ir al baño.

· Ponga un plástico sobre el colchón para evitar que pase la orina.

· Nunca le ponga pañal, porque esto solo oculta el problema.

· El baño en donde el niño orine debe estar bien iluminado durante la noche.

· Dígale que repita antes de acostarse, como ejercicio mental, ‘debo ir al baño’.
· Siempre felicítelo cuando vaya al baño. No olvide que regañarlo incrementa el problema.

Por Juliana Rojas. Redactora ABC del bebé.

PADRES COMPLACIENTES, PEQUEÑOS CAPRICHOSOS

Cuando tienen fácil acceso a sus deseos, los niños dejan de valorar lo que les rodea.
Aprenda a evitar esta conducta:
Si le regalan un carro en lugar de la pista de carreras, hace mala cara. Si algún compañero de clases le da un juguete que él ya tiene, lo desprecia, y si sus padres no lo sorprenden con lo que pidió, llora y dice: “ya no me quieren”.
“Es un niño rudo, que no valora los detalles que recibe y que, además, muestra su inconformidad y descontento a través de conductas agresivas verbales (groserías y gritos), no verbales (gestos, manotazos o movimiento de los hombros) o con agresividad física (golpes, mordiscos y pellizcos)”, explica el pediatra Germán Soto.

El menor aprende este comportamiento en el colegio, el barrio o incluso en el hogar. “Los niños imitan a sus padres y más si estos no son coherentes y tampoco agradecen los regalos que reciben. Hay una dinámica disfuncional que influye en que el niño sea rudo”, indica la psicóloga Nohelia Hewitt.
En otros casos, este comportamiento rudo aparece como respuesta a frustraciones o caprichos insatisfechos. “El pequeño encuentra que la forma de lograr lo que quiere es a través de pataletas, golpes o palabras inadecuadas que, sin son exitosas, se convierten en la manera de alcanzar sus metas”, agrega Soto.

Buen ejemplo:
Si un adulto es hosco, su hijo lo será, y si estimula sus logros a través de premios materiales, con ello sólo logra que haga las cosas por un premio y no por convicción.Lo ideal es que en casa haya autoridad entendida como una relación de capacidad (y no de poder) y coherencia entre lo que se dice y hace.
“Si los padres golpean al niño cuando hace un comentario o gesto inapropiado al recibir un regalo, no generarían remordimiento de conciencia, sino resentimiento, pues el niño cambiaría de actitud sólo por miedo”, dice Soto.
Si el menor tiene fácil acceso a todo lo que pide, difícilmente aceptará con gusto los regalos que le dan, pues se vuelve crítico y exigente; además, si no tiene que esforzarse para conseguir las cosas, no les otorgará valor.
Adicionalmente, los niños se saturan hasta el punto de no saber lo que quieren. Lo ideal es que los padres no les nieguen todo lo que piden, pero comprendan que el amor de un hijo no se compra.
Un niño que no valora lo que le dan es, además, desobediente, imponente y rechaza a los amigos porque no tienen los mismos juguetes que él.
Además, traslada este comportamiento a la alimentación, al sueño y a cualquiera de las conductas en las que se refleja su autonomía (como el control de esfínteres). Los expertos recomiendan enseñarle a un niño a que encuentre valor en las cosas, por más simples que sean.

Recomendaciones:
Padres y maestros deben enseñar a los niños cómo hallar valor en los detalles. Tienen que ser buenos modelos de conducta, pues los menores aprenden del ejemplo.
“Los padres somos de acuerdo con lo que recibimos en la niñez. Si no nos gustaron algunas cosas que hicieron los nuestros, no debemos repetirlas con ellos”, dice Hewitt.Los maestros deben entrenar en habilidades sociales (saludar, despedirse, comportarse socialmente) y en el manejo de la expresión de sentimientos. Hay que enseñar a los niños a exponer sus gustos y disgustos amablemente.
Es importante que los padres ubiquen al niño en el contexto al que pertenece. Algunos quieren que su hijo estudie en un excelente colegio, pero que no se ajusta a su nivel socioeconómico.

“Allí, el niño comparte con compañeros con padres adinerados. Entonces, cuando no recibe el regalo que quiere, porque los padres no cuentan con el presupuesto, dice: ‘¿y por qué a mi amigo de salón sí le regalan eso y a mí me dan esto tan feo?’”, agrega Hewitt. No hay que regañar al niño si es rudo al recibir un detalle. De este modo, lo único que sentirá hacia usted será miedo, y no respeto. Háblele con serenidad y seguridad.

Ponga límites deje la permisividad y la premiación permanentes. Cuando el niño conquiste un logro, abrácelo y felicítelo; así valorará los detalles simples, pero sinceros.

Por: Pilar Bolívar Carreño.

PATALETAS EN LA PUERTA DEL JARDÍN

Tristeza al ver cómo se alejan sus papás, miedo por estar en un lugar extraño e, incluso, rabia porque cree que lo abandonaron son los sentimientos que experimenta el niño el primer día de colegio.
Muchos padres se culpan a sí mismos por dejarlo ‘solo’. Lloran mientras le entregan la lonchera; olvidan que esta actitud dificulta, aún más, que él se desapegue, se adapte al ambiente escolar y comience su primera etapa social.

Para la sicóloga infantil Paula Bernal, la manera como el niño reaccione al ingreso al colegio depende del proceso de socialización que inicien papá y mamá.
“Influyen, en el contacto con otros, el comportamiento de los padres, el temperamento del niño y la calidad de la relación entre él y ellos”, indica la experta.

Preparación meses atrás:
La familia y el colegio son los principales núcleos sociales de la infancia. Por eso, es importante preparar al menor, a través de lo que los expertos llaman ‘adaptación progresiva al nuevo ambiente’.
El proceso comienza unos meses antes del primer día de jardín. Los padres pueden leerle al niño historias sobre el ingreso al colegio y llevarlo a conocer la sede de la institución en la que estudiará.
Dicha adaptación también deben realizarla los padres, pues, en ocasiones, son ellos quienes lloran y no el niño. Esto es frecuente en madres que se dedican exclusivamente a la crianza de sus hijos.

“Como el niño ingresa a preescolar desde los tres años, ella cree que es aún muy pequeño para dejarlo solo. Se siente culpable por delegar su labor a una profesora; no entiende que es la ocasión para reactivar su relación de pareja o para dedicarse tiempo a ella”, sugiere
Luz Elena Buitrago, sicóloga del desarrollo infantil de la Universidad El Bosque.Aunque el proceso de adaptación no tiene fecha límite, lo ideal es que dure unos 15 días, pero cada caso es particular.
“Algunos niños se demoraran más. Se aconseja que solo el primer día los padres los lleven al jardín. Desde el siguiente puede ir otro familiar, para evitar un retroceso en el proceso de desapego del menor hacia sus padres y viceversa”, indica Buitrago.

El abandono los atemoriza:
La mayoría de niños que lloran el primer día en el jardín lo hacen porque les atemoriza la idea de que sus padres no regresen por ellos.
“Los temores se generan porque en esta etapa tienden a confundir la apariencia con la realidad. Y esto es lo que sucede: el pequeño cree que lo abandonaron en el jardín y por eso llora cuando sus padres lo dejan allí”, explica la sicóloga infantil Paula Bernal.

Es necesario llenar al niño de confianza y seguridad. Recordarle, al momento de la despedida, que va a estar bien y que más tarde volverán por él.

Más importante que prometer es cumplir. Que cuando el menor salga a la puerta, lo vea y no tenga que buscarlo entre la multitud de padres que van por otros niños”, indica Luz Elena Buitrago, sicóloga del desarrollo infantil de la Universidad El Bosque.

No lo engañe. Es frecuente decirle al niño: 'entra al salón; mientras tanto, voy al baño'. Aprovechan cuando el niño se descuida, para emprender la huida. Con esto, lo único que consiguen es que el niño pierda confianza y gane rabia y resentimiento hacia ellos.

15 días: Le toma al niño, en promedio, adaptarse al nuevo ambiente. Según el caso, puede ser más tiempo. Si sobrepasa el mes, habrá que acudir al sicólogo.

Por: Pilar Bolívar

CUANDO “NO” SE CONVIERTE EN LA PALABRA PREFERIDA

Algunos padres se frustran, otros se desesperan o no entienden por qué el bebé se niega a todo a través de esta peculiar palabra. No lo hacen realmente, simplemente descubrieron esta fácil expresión y quieren imitarla para comunicarse.
Meses anteriores, el niño se desenvuelve como un gran observador y presta atención a los labios de quienes le hablan. Es en ese momento cuando comienza a reconocer tonos e inflexiones de la voz del adulto y trata de reproducirla; entonces, su lenguaje se forma en un tono más alto y marcado.

En esta fase de la vida, los niños demuestran avances en el lenguaje verbal que hace parte de una serie de hallazgos del desarrollo emocional del bebé. Dejando de lado el balbuceo, comienzan a experimentar tomando como modelo los sonidos que oyen de sus padres. El ‘No’ está presente en cada momento de su vida: “No llores”, “No cojas”, “No te preocupes”, etc. Y se convierte en una singular expresión que determina su intento de comunicarse y expresar lo que quiere.

Una nueva etapa:
El proceso emocional va trascurriendo a través de ciertas etapas que comienza primero con la adquisición de la sonrisa alrededor de los 2 meses. La psicóloga Sandra Santacruz, especialista en niños, afirma que todo hace parte del instinto de copiar. “Primero una sonrisa más imitada que real, el segundo paso es el ‘No’, que comienza a ser parte de una diferenciación del bebé con los otros”.
El bebé se opone a lo que pasa o pone límites a los acontecimientos. Quiere decir, según la especialista, que el niño encuentra en esa expresión una vía para independizarse, pero muchas veces los adultos malinterpretan al pequeño. “Digamos que se le va a dar de comer y dice No, No, No. Esto no significa que no tenga hambre, ese ‘No’ pude ser simplemente que él lo quiere hacer solito”, explica la psicóloga, quien también sostiene que el No es un poco ir identificando “que yo, soy yo”.

Diana Palacio, entrenadora física de Procrear, trabaja enseñando a los padres a comprender a sus bebés desde los primeros meses de nacidos; ella coincide en afirmar que el pequeño no acierta totalmente el significado de la palabra. “Es como cuando se le repite al niño todos los días mamá; fácilmente, a los seis meses va a decir mamá”, afirma la profesional.
Así como se desarrolla la sonrisa y pasa de ser imitada a producir carcajadas cuando algo gracioso ocurre, así mismo se desarrollará la comprensión de la expresión ‘NO’.

Aprendiendo a descifrar al bebé:
El ‘No’ tiene muchos significados para el infante; una vez descubre la palabra, la usa infinidad de veces. Es entonces tarea de los padres interpretar a qué se refiere el niño cada vez que utiliza la expresión. Si acompaña el ‘No’ con gritos, moviendo la cabeza y pataleando, puede ser que quiera decir “Mamá, yo quiero hacer esto solo”, o “No más cereal, quiero agua” o puede manifestar que está cansado y que desea ir a dormir.

Los padres pueden empezar por entender que como le han venido creando algunos hábitos al bebé, ese ‘No’ no tiene que ver muchas veces con que el pequeño no quiera ciertas cosas. Por ejemplo con la comida; se entiende que a determinada hora el niño tiene hambre. No quiere decir que porque dice ‘No’ una vez el bocado está cerca de su boca, es que no tenga apetito. Se le insiste un poco y él va a acceder, pero si no lo hace, entonces se comprende que hay ciertas cosas que el bebé realmente no quiere. “Es supremamente importante la relación que van teniendo los papás con su bebé para conocerlo mejor”, opina la entrenadora física.
Se podría decir que se trata de un fenómeno de comunicación no verbal. Luego de que el bebé dice ‘No’ y los papás le insisten cariñosamente, pero definitivamente es un ‘No’ rotundo, entonces se trata de una negativa real.

Por: Ana María Gutiérrez de Piñeres.

CONTROLE LAS PATALETAS EN LUGARES PÚBLICOS

Al hacer mercado, a los niños se les da por pedir todos los dulces y juguetes que ven. Cuando la respuesta es no, empiezan a gritar y patalear para lograr su objetivo.
En casa, cuando el niño hace pataletas usted simplemente lo ignora y él llora hasta que se cansa. Luego viene el sueño por tantas lágrimas y cuando se despierta es probable que ya todo esté olvidado.

Pero imagínese esta escena: mientras hace mercado, su hijo va dentro del carrito y de pronto se obsesiona con un cereal de figuritas que acaba de ver. Cuando usted se lo niega, porque no hay dinero y no se puede comprar todo siempre, él lanza un quejido que llega hasta el sótano del supermercado y empieza a llorar de la forma más inconsolable. Por supuesto, usted pasa a ser la mamá o el papá más desnaturalizado del planeta.

¿Qué hace en esa situación?
A. Lo grita más duro para que él, asustado, se calle. b. Lo baja del carrito y lo deja botado en el piso hasta que se canse de llorar. c. Sale corriendo por la vergüenza que le produce la pataleta. d. Le da una bofetada para que se controle. e. Ninguna de las anteriores. Respuesta. Si usted eligió la opción ‘e’ está en los correcto.
A continuación expertos le darán los consejos acertados para enfrentar esta situación.

Pasos por seguir en el supermercado
Volvamos a la escena del niño que grita mientras los padres compran los víveres. Aunque en la mayoría de los casos se recomienda no hacerle caso, en esta situación los padres deben mirarlo fijamente y decirle algo como: “Yo no voy a hablar contigo en esos términos, cuando te calmes sí te puedo escuchar”. El niño debe sentir que la mamá es la que manda.
Lo más importante es no ceder a las peticiones ante el berrinche, porque lo que está haciendo es reforzar esa conducta agresiva e inapropiada.

La sicóloga clínica Adriana San Martín señala que el niño “siempre quiere tener satisfacción inmediata, tiene cero capacidad de espera y de frustración. Cuando llega al colegio y nadie hace lo que él quiere se va a frustrar, no va a poder con el nivel escolar y va a querer mandar. No va a manejar autoridades, normas y va a tener problemas con la autoridad. Aunque en la casa tenga reglas, en el colegio estas son mucho más claras”.
Entonces, ¿qué hago?
San Martín aconseja que cuando el niño está gritando, la mamá debe “establecer límites que se deben poner sin dar explicaciones, ni ir más allá. De manera que el niño sienta que la que manda es la mamá; pero a nosotros nos da miedo mandar, ser fuertes y ejercer autoridad, frustrar al niño, decirle cosas que lo puedan herir; por eso, nos manejan terriblemente con el llanto.

La mamá empieza a dudar y a decir, ―pero por qué me voy a agarrar de que no le compro el helado―. Esa fisura el niño la detecta claramente y por ahí se ‘sube’ y es cuando tiene un poder enorme sobre nosotros”.
Pero si se pone a gritar igual que el niño, le va a dar un patrón de comportamiento errado. Si papá y mamá gritan, por qué no puede hacerlo él.

En este caso, no se debe ignorar al niño como en la casa, porque puede botarse al suelo, golpearse la cabeza, salir corriendo y atravesar la calle o romper objetos. “No puedes desatender al niño, porque de pronto se pierde, es más importante valorar la responsabilidad del cuidado que uno tiene sobre la responsabilidad de que sea bien educado”, aconseja Franco.

El siguiente paso es contenerlo. Si es un niño más pequeño hay que cargarlo y abrazarlo fuerte; si está en el coche, amarrarlo. Si es más grande, la mamá puede sentarse en el piso con él, abrazarlo por detrás y pasar una de sus piernas por el frente del cuerpo del niño para cerrarlo como haciendo una llave.

“Cuando ya está más calmado, debe tener la capacidad de contenerlo, de decirle no te puedo comprar eso. ¿Ya te calmaste, te tranquilizaste? Acogerlo, después de la angustia con la que el niño queda tras un episodio de esos. Y siempre decirle: te quiero mucho, yo puedo ponerme brava contigo, pero siempre te voy a querer”, recomienda la sicóloga Adriana San Martín.

Sin embargo, si el niño no deja de llorar se recomienda retirarse del lugar, porque va a seguir cerca del motivo de lo que originó la pataleta. Por último, los expertos recomiendan que por ningún motivo inflija un castigo físico, porque el niño se va a sentir incomprendido, con rabia y con mayor irritabilidad.

Todo tiene una razón
Este tipo de trastorno es más frecuente en hijos únicos, en niños que han estado en riesgo de morir, que han tenido una enfermedad grave o que simplemente sus padres son demasiado sobreprotectores.
Para Álvaro Franco, siquiatra infantil y de adolescentes, hay dos razones probables para estas pataletas: “Puede ser un grito desesperado, en busca de la atención que no le brindan, pero también lo hacen para pedir algo que él quiere. Es diferente tener caprichos a buscar que le den atención”, señala el siquiatra infantil Álvaro Franco.

Consejos para tratar a un niño ‘pataletudo’
1. Establecer jerarquías: los padres tienen que hacerle entender al niño que ellos son los que mandan. No pueden obedecer cuando el pequeño les dice: “tráigame algo”. Se les debe enseñar a que pidan el favor. Cuando ellos sean autoritarios, los padres tienen que ignorar esas actitudes.

2. No deben rendirles cuentas a los niños: a veces, los hijos les preguntan a los padres: “¿en dónde estaban?, ¿por qué no habían llegado? Esto significa un cambio de roles a los que los adultos no deben seguirles el juego.

3. Aplicación de premio y castigo: si el niño tiene una conducta correcta y adecuada debe premiársele, abrazarlo, besarlo, reconocer sus logros. Pero si no tiene la mejor actitud, se deben ignorar sus conductas inapropiadas, ser indiferentes y no sobreprotegerlos, es decir, permitirles que ellos hagan las actividades que pueden hacer por sí mismos, sin su ayuda.

Papás preparados en todo lugar
Lo primero que señala el siquiatra infantil y de adolescentes Álvaro Franco, es que cuando los adultos están bien capacitados para manejar la situación, los buenos resultados se reflejan inmediatamente en sus hijos.
Una pataleta como la que acabamos de nombrar, en el supermercado o en cualquier sitio público, puede ser la extensión de no haber controlado la situación a tiempo cuando se presentó en la casa. Los niños saben que en un sitio lleno de gente, sus padres están impedidos para actuar de la misma forma que en un ambiente privado, lo perciben y simplemente los manipulan.

Esta conducta es absoluta-mente normal en todos los niños. “Todos tienen dos etapas de conductas oposicionales, es decir, hacen lo contrario a lo que quieren los papás; esto es absolutamente normal. La primera va de los 2 a los 4 años y es cuando ellos tienen que demostrar que son unos seres diferentes e independientes de sus papás. Ellos están aprendiendo a hablar y uno muy orgulloso se encuentra con un amigo y le dice: -cuéntale cómo te llamas – pero él se queda callado. Con eso está diciendo: “yo soy un ser aparte, no hago lo que ustedes me dicen que haga”, explica. La segunda etapa, dice el especialista,es la adolescencia.

Por: Juliana Rojas H.

CÓMO CONTROLAR LAS GROSERÍAS Y LA PATANERÍA DE LOS NIÑOS

Los padres nunca se van a escapar de la etapa de groserías y patanerías de los niños, tan normal en sus ciclos de formación. Sin embargo, usted tiene la obligación de ejercer un control, con el fin de evitar consecuencias mayores.

El desafío y la oposición son las primeras conductas de desarrollo social que presentan los niños desde los 10 meses de edad: quieren llevarle la contraria al adulto, hacen pataletas y desean ser el centro de atención en todos los lugares.
Según el siquiatra infantil Álvaro Franco Zuluaga, estos comportamientos los manifiestan haciendo pucheros, mala cara y con agresividad y, en extremo, patean y levantan la mano. “Esta etapa es normal, porque están demostrando que ya se dieron cuenta de que son distintos a los padres. Lo más importante en este caso es realizar un control de autoridad explicándole a los menores la razón”, señala Franco.

Estas conductas podrían afectar el desempeño funcional de la familia si no se toman las medidas necesarias. Para evitar los inconvenientes, los padres deben comprender que todas las personas pasamos por una etapa de crecimiento y desarrollo, en las cuales se resaltan varios factores que, aunque parezcan anormales, no lo son, pero que deben ser controlados por los adultos.
Es el caso de la etapa de “los terribles 2 años”, la cual se caracteriza por las conductas de patanería y groserías. El siquiatra infantil Christian Muñoz explica que a esta edad los niños están malacostumbrados a que el mundo gire en torno a ellos y, cuando los padres entran a ejercer control, los menores no quieren soltar los privilegios que tenían, por lo que acuden a ese tipo de comportamientos.

“Esta etapa puede presentarse desde el primer año de vida y dura, generalmente, hasta los 3. Después de esta edad se espera que esas conductas desaparezcan”.
Pero para que suceda es necesario que el infante esté apoyado y acompañado en el proceso de formación. Por ende, son importantes los parámetros de control y los límites que los padres adopten.

Sin celebraciones
Las groserías las incorpora un niño tan pronto se adquiere el lenguaje, sobre todo cuando ingresan al jardín. A los 3 años el niño las utiliza por imitación, es decir, las dice pero no sabe qué significan. Esta etapa, tan normal para ellos, se denomina anal, porque son dados a pronunciar palabras como popó, chichí o caca. La actuación de los padres debe ser tan discreta como suelen hacer sus hijos al pronunciar esas palabras: no se deben sorprender ni hacer escándalo, porque hace parte de su desarrollo.
A partir de los 4 y hasta los 6 años los niños pasan por otra etapa, que es conocida como descalificación. Dicen palabras como bobo y tonto, y los padres deben explicarles que no se deben decir, porque lastiman a la otra persona. El motivo por el cual no es conveniente reírse ni molestarse, es porque el niño se dará cuenta de que puede manipular al adulto con esas actitudes.

Pero antes de corregir, lo primordial es averiguar en qué lugar aprendieron el vocabulario.Cuando las dicen, inicialmente deben ignorar al menor, pero tienen que hablar en el jardín o en otro lugar que el niño visite, porque las groserías se aprenden, por lo general, en un fenómeno grupal.
“Los niños las aprenden porque las escuchan y las asocian con agresividad. Por ejemplo, cuando ven que el papá insulta a la mamá o viceversa, lo que hace el pequeño es que si se le presenta un problema en el colegio trate de resolverlo con la misma agresividad que vio en casa”, afirma el especialista Álvaro Franco.

Estas conductas se consideran anormales cuando son permanentes o cuando el menor las hace o las dice en un ámbito diferente a los normales. Por ejemplo: lo llevan a misa y grita, para que la gente se de cuenta dé que él existe.

Cuando aprenden fuera de casa
Si las palabras groseras nunca se las ha escuchado a sus padres y las aprenden en el jardín o en la casa de un familiar, los progenitores no deben prohibirle que visite esos lugares. La solución es hablar con el pequeño y preguntarle donde aprendió esa palabra, para intervenir y mejorar el conflicto.
El problema no es que el niño diga groserías, pues vive una etapa en la que aprender malas palabras es usual. Sin embargo, el hecho de que lo haga puede indicar que el menor tiene la necesidad de llamar la atención, un niño que está triste o deprimido y que busque de alguna forma generar importancia, agresividad, que está siendo objeto de maltrato en el jardín o en otro lugar.

“Acá lo importante no es censurar, sino comprender cuál es la razón que origina este tipo de comportamiento y hacer un control inmediato para evitar posibles consecuencias”, indica el especialista Muñoz. Las groserías pueden ir acompañadas de conductas agresivas como pegar, empujar o escupir. Antes de que el niño llegue a estos extremos, los padres deben poner límites con autoridad y si se les sale de las manos, acudir a un especialista de confianza.

Los padres: ejemplo y modelo
Lo primero que deben saber los padres es que esas actitudes deben esperarlas y soportarlas. Segundo, contextualizarlas con la edad y el desarrollo sicológico del menor. “Saber que las conductas se van a presentar, ayuda a que los padres no se sobreactúen y no terminen cediendo en estos comportamientos de sus hijos”, señala el siquiatra infantil Christian Muñoz.

Para lograrlo se requiere de un trabajo en equipo entre los padres y que las conductas y los límites sean idénticos. Al no ser similares, los niños se percatan de esto y entran a manipular.
Es importante que en la crianza de los hijos solo intervengan los padres, porque cuando lo hacen los abuelos, el niño comienza a desobedecer las órdenes.
Cuando los niños estén a cargo de otra persona, mientras sus padres trabajan, deben dejar muy claro al tercero las rutinas y los límites que tienen con sus hijos, para que el niño siempre tenga un control idéntico en sus actuaciones cotidianas sin importar su acompañante.

Por: Mónica Toro, Redactora ABC del bebé.